viernes, 3 de julio de 2009

Segunda oportunidad, efecto boomerang





- ¡Vuelve! ¡Vuelve! - gritó Eloise al viento.

Ya no había manera de hacer volver a Valportillo, su pequeño loro exótico.

Lo vio escaparse de entre sus pequeñas manos mientras le intentaba estirar un ala para examinarla en todo su esplendor en la terraza.

En ese momento salió Mari y vio a su hija mirándose las manos vacías y con los ojos vidriosos.

- Se ha escapado...


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El problemas era que Eloise tenía la inocencia de una niña de 10 años... y Valportillo era un pícaro pájaro de 4 años. Empezaba a estar mayor en su experiencia y estaba acostumbrado a pasearse por casa, no como uno más, sino como el Rey de la casa.


Valportillo se las sabía todas. Se subía encima del mando a distancia para picotearlo si no le gustaba la música de Los40tv o el telediario. Bebía de los vasos de leche y picoteaba sobre la sandía, y se ponía de mala leche si le quitaban su ración diaria.

Valportillo, por tener carácter, hasta se desgañitaba a la hora de la siesta si no le tapaban la jaula para dormir.

Le gustaba que le pusiesen la piscinita en verano y bañarse sólo, aleteando a su aire. No solía pulular muy lejos y respetaba las ventanas abiertas y la terraza (aunque le encantaba subirse sobre las cuerdas de tender la ropa para ponerles histéricos).

Sólo obedecía si no lo intentabas atrapar. Le fastidiaba que le tocasen manos sudadas solo porque luego tendría que pasar una hora alisándose el colorido plumaje.

Prefería pasarse las horas limpiando cuidadosamente las pestañas y orejas de sus dueños... Jugando a perseguir bolitas de cereales por la mesa o hacer la noria de dedo en dedo. También le gustaba romper trocitos de la esquina del periódico que había olvidado sobre la mesa.

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Valportillo aquel día había amanecido raro. Era verano, hacía un sol espectacular y los pájaros de la calle gritaban como locos. Tenía la edad mental de un niño de siete años, pero la experiencia de un adulto que había pasado por la infancia de pajarería, la vida de soltero con sus nuevos cuidadores...

El día menos pensado se encontró con una pájara desconocida en su jaula, la primera de su especie en años. Habían establecido contacto... luego llegó la confianza, los juegos, dormir juntos, picotearse de vez en cuando, tener sexo... la rutina... ¡Los tres retoños: Big, Skinhead y Chullullu!
Todo fue genial hasta que su nena se volvió una loca bulímica que atacaba a sus crías tras alimentarlas.

Les separaron. A él le tocó cuidar de los enanos y ella desapareció.... para siempre. Las crías fueron vendidas o regaladas, y no sabía donde estaba su compañera.

Pero estaba seguro de que sin ella, sin las esperanzas y con todo el miedo, tenía que obligarse a abandonar la jaula y buscar un mundo diferente. Volando. En libertad.

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El grito de Eloise sonaba aún cercano. Valportillo canturreó la canción que ella le enseñó mientras se perdía entre las nubes, entre apenado y nostálgico.


Turu ru ruuuuu, turu ru ruuuuuuuu.....

Sabía el efecto boomerang. Siempre hay un mapa de regreso a casa. No siempre, una segunda oportunidad.

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